viernes, 18 de septiembre de 2009

UN MOMENTO MÁGICO

Por César E. Pérez

Fue insospechado, yo ahí en la oficina sentado frente a la computadora, como cada día, como todos los días, buscando la información que necesitaba para actualizar mis entradas de las redes sociales, pensando en el enfoque y cómo darle sentido al mensaje con pocas palabras.
Era una fecha extraña, martes 15 de septiembre, día del grito de independencia, día en que se supone tendría que estar festejando o por lo menos descansando.

Mientras que a eso de las 9 de la noche me enmarañaba en mis pensamientos con el sentido político del mensaje, pero que a la vez fuera atractivo, la sensación de proteger a alguien me llegaba como en oleadas, como intuyendo una presencia muy física aunque no la viera ni le escuchara, era como oír el silencio y observar el vacío.

Cuando la sensación fue más poderosa que yo, me hizo voltear y buscar su origen para aplicar el sentimiento. Y lo encontré. Ahí estaba él, que había entrado a mi espacio con la suavidad que sólo sus iguales pueden tener.

En cuanto lo vi sentí como se me iluminaba la mirada, como me enrojecían las mejillas, cómo me subía desde los pies un calorcillo reconfortante y a la vez conocido. ¡Hola!, le dije, ¡hola!, me contestó con una voz que me transportó a instantes muy felices y me instaló en ellos.

Entonces corrió entre los escritorios, se tomaba de las sillas, me sonreía y con sus ojos me llenaba de luz…

Su madre habló de repente y me dijo: Disculpa, es que se estaba asomando y se metió….
¿Cómo le decía que mejor me disculpara ella, porque su hijo me estaba regresando a momentos que en mi pasado fueron muy felices y que al mismo tiempo había provocado en mí una emoción que así de pronto no pude dilucidar?

Pero la vida y ese pequeño, hijo de mi Héctor mi vecino de oficina, en conjunto me regalaron un momento aún más grandioso.

Para cuando el güerito de pelo rizado entraba por tercera vez a mi oficina ya éramos grandes amigos, ya me tenía confianza y me pedía una silla para sentarse, yo había dejado de lado mis redes sociales y tomaba mi cámara del escritorio donde estaba reposando para tomarle fotos a ese agradable intruso. Pero me dejó con el obturador engatillado…

Tras hacer un recorrido en la oficina de su papá regresó a la mía, se paró frente a mí, me echó una mirada pícara, sospechosista, y sin dejar de verme se dirigió a hurtadillas hacía la puerta, como diciéndome: ¡Hey, no te distraigas, sígueme!

Y la madre mencionó tu nombre, y el pequeño no me perdía de vista, y yo le decía pásate, y él se asomaba a la puerta, y tú le llamabas por su nombre, y él te veía y regresaba dentro de mi oficina con pasitos suaves, lentos, como estudiados.

Yo le llamaba, tú le llamabas, él no dejaba de mirarnos a ambos… y volé…

Imagine que estábamos en el jardín de la casa en la que vivíamos, que le estábamos hablando ambos a nuestro hijo, en la clásica competencia para saber si el niño le hacía más caso a su padre o a su madre, pero él nos dominaba a los dos.

Después te dirigiste a la casa, mientras yo empezaba una serie de aventuras con el primogénito de nuestra familia, actuando de caballo, de apache, de perro, de luchador… pero especialmente de policía persiguiendo a un particular ladrón, al que cuando lo atrapara no le iba a quitar su botín, sino que por el contrario me iba a asegurar que siempre lo tuviera en sus manos, pues tenía robado mi corazón.

Así se sucedieron las carreras, los saltos, las marometas, el caminar como pato, el arrastrase como víbora, el comer pasto cuando era caballo, el darle de mordidas cuando era perro, el sobarme cuando él se sentía futbolista y confundía mis… cuando me pateaba, el rodar como troncos cuesta abajo… y quedar derrotado a sus pies cuando asumía su papel de estrella de la lucha libre.

Quedé tan absolutamente cansado, tirado panza abajo sobre el pasto, cuando sentí un último golpe en las costillas, que no fue de dolor sino de alivio.

Mi ángulo de visión era muy corto, algo me impedía moverme, sólo adivinaba tus pies caminado hacía mí y tu voz que me decía: Les traigo jug….

No terminaste la frase y reprochaste: ¿Ya viste como dejaste la ropa?, ¿por qué el jardín tiene agujeros?, ¿andas sin zapatos ni calcetines?, ¡¡estás todo verde!!, ¿qué pasó?, ¡¡Y el niño!! ¿¿Dónde está mi hijo??

Tranquila, repliqué, mi posición actual no es muy decorosa, mejor siéntate aquí conmigo y tomemos un vaso de jugo, el culpables está atrás de mi, dormido, que aunque me dejó todo maltrecho al final le gané…

- ¿Y eso es todo lo que tienes que decir?, cuestionaste manteniéndote de pie,
- No, tengo algo más, repliqué muy serio.
- ¡Ah sí!, reviraste retadora, ¿qué cosa?
- ¡¡Tengamos otro!!
- ¿Qué?, trastabillaste.
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Ahí me di cuenta que quiero volver a ser padre.